Ayer salí a pasear, pero no lo hice solo. Me acompañó uno de esos amigos que cayeron como meteoritos y dejaron huella. En realidad, dada la edad que nos separa no empezó siendo amigo mío, pero con el tiempo las causalidades hicieron que tuviera más en común conmigo que con la persona que nos unió.

Y de eso ha ido la ruta, de ciencia, de arte, de conocimiento. Como dos griegos clásicos divagando sobre el mundo, dando tumbos de lo general a lo particular, de lo trascendental a lo superfluo. Nueve kilómetros de sabiduría.

Y es que es un placer conversar con mentes brillantes, capaces de explicarte problemas de ingeniería con dos manos y un par de árboles. Curiosidades científicas tan similares que cuestionas el diseño de un edificio y os acercáis a investigarlo.

La mayoría de la gente, y a veces yo mismo, cuestionamos la relevancia de la universidad en la vida cotidiana. Y es cierto que quizá para tener un trabajo no sea necesario pasar por la universidad, que con una FP estás más que cualificado para cualquier trabajo de técnico, que para arreglar televisores necesitas más práctica que matemáticas, puede ser. Pero lo cierto es que la universidad da madurez intelectual, capacidad de abstracción, potencia al cerebro para llegar más allá, y puede que no sea útil para ganarse el pan, pero da gusto conversar sobre diseño industrial, arquitectura, ecología, óptica. Es un placer conocer el mundo y lo que lo compone.

Por eso ese paseo ha sido un entrenamiento para el cuerpo y para la mente. He comprendido los efectos de alterar la tierra, el ecosistema y la dificultad que tiene el ciudadano medio para comprender conceptos que parecen sencillos, pero también parecen sencillos los idiomas y aquí me tenéis.

Hoy, tumbado en un sofá sueco me replanteo mi vida intelectual y me azoto con tristeza. Pues yo he querido ser muchas cosas a lo largo de mi vida, desde espía hasta médico, no os imagináis la de profesiones que he tenido en la cabeza. Pero recuerdo que estando en el instituto me planteé ser ingeniero. Pues quería construir cosas que cambiaran el mundo. Por desgracia me topé con las matemáticas y la física. Y me rendí. Y hoy, a un semestre de terminar el grado en comunicación el cual he sacado casi sin esfuerzo en su gran mayoría, me golea toda una vida de malas decisiones.

Es cierto que ser médico estaba complicado dada mi inseguridad y, en muchos casos, misantropía. Por mucho que estudiase duro no me veo decidiendo en fracciones de segundo acciones que pueden salvar o dejar morir a un ser vivo, aunque sea humano, que a tantos otros seres vivos asesina. Es cierto que la psicología era la rama de la ciencia que consideraba más sencilla, y que la neurociencia me es muy interesante ya que es un campo con mucho por descubrir y muy útil para cambiar, al menos, la actividad humana, o al menos comprenderla. Y es una espinita que quizá algún día extraiga por mera curiosidad. Pero me molesta especialmente no haber sacado valor para estudiar ingeniería, porque me es muy difícil defender la importancia de la física en la vida cotidiana, en profesiones como la fotografía, si soy el primero que pudiendo elegir entre Teleco o Com para cumplir su meta, eligió el camino más fácil.

Y es que miro el plan de estudios y me apetece, sobre el papel. Quiero aprender electromagnetismo, acústica, óptica, ondas. Poder explicar con mis propias palabras el porqué de los fenómenos audibles y visibles y ser ese divulgador que llevo dentro y que por no luchar acabó siendo un mero charlatán.

Y nunca es tarde, pero si he necesitado dejar un semestre solo para dedicarle a mi temido inglés. ¿Cuánto tardaré en sacar la ingeniería teniendo en cuenta las asignaturas de matemáticas, física y programación que tiene? Poderse se puede, pero tengo ya casi 26 años y la vida sigue y cuesta dinero. Ya no soy ese joven sin emancipar que podía permitirse solo estudiar bajo el amparo de los padres. Me apetece mucho adquirir todos esos conocimiento científicos, no tanto su traducción matemática, sino más bien su comprensión filosófica, pero es la opción que hay. Para entender cómo funciona una onda, sea luz, sonido o energía, hay que saber de números complejos y cálculo. Solo así podré entender la difracción lo suficiente como para explicarla a alguien que no tenga porqué saberlo.

No sé si me lanzaré algún día, quizá cuando sea profesor funcionario vea el momento, porque un doctorado me está esperando y me gusta el nombre de doctor en audiovisuales, pero le veo menos sentido si en lugar de transformadas de Fourier y longitudes de onda, acabo haciendo la tesis sobre Historia y actualidad de la fotografía en el arte y la sociedad. Eso serían paparruchas seudocientíficas de las llamadas ciencias sociales y no estudios importantes como los de la física, aplicada en este caso.

Y de eso fue el paseo de ayer, de discutir la ciencia sin usar casi ciencia, de intentar comprender los hechos sin las matemáticas que los construyen. Y es más difícil así que si sabes la fórmula. Y es que explicar fenómenos físicos con palabras es como intentar replicar un plato sin la receta, puedes intuir, pero no asegurar. Usando la lógica, ósea filosofía, pensamiento, que no ciencia en su más estricto sentido.

Ayer paseé con un ingeniero y me di cuenta una vez más de la envidia, de esa vida paralela y curva que llevo por no afrontar las dificultades de un camino recto. Y me siento como quien rodea una montaña en lugar de escalarla, que si, que puede, que a veces se tarda lo mismo en vertical que en horizontal y acabas en el mismo punto, pero en este caso solo puedo llegar donde quiero pendiente arriba, y por bordear me metí en un fango curioso del que salí airoso, crucé ríos con poco caudal y me cobijé en la sombra de una selva de palabras. No trepé por algoritmos, algebra, código informático, solo porque ya me caí anteriormente. Y ¿Qué conseguí?. Prolongar mi deseo de conocimiento, agotar mis fuerzas y, por ver algo positivo, estar más entrenado por si algún día le tomo la revancha a esa cordillera.

Puede que siga mirando a esos técnicos en electrónica que reparan televisores, cámaras y flashes con envidia, puede que no sea capaz de explicar fielmente como funcionan las ondas que hacen posible mi trabajo audiovisual, puede que si hubiera cogido con valentía la ingeniería hubiera resuelto todo eso y más, pero es el precio que tengo que pagar por no arriesgar, por la cobardía. Y me pregunto, ¿hasta cuándo? Y esa respuesta es la que no me ha dejado dormir.

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