Son las 22:37 de un miércoles y no puedo dormir, como ayer, anteayer, y el resto de las pasadas noches. Y debería, porque el viernes tengo que madrugar para viajar a Valencia a recoger mis cosas. Y hoy es eso lo que no me deja dormir. Porque hace semanas hablaba con un amigo sobre mi trabajo, lo feliz que me hacía, aunque en ciertos momentos me pareciese que no estaba en mi lugar. Pero ahora que no estoy allí, que llevo 10 días sin trabajar, que ya no salgo en las redes, ni en YouTube, ni resuelvo dudas, ahora que toda mi vida se ha puesto en pausa, he vuelto a dudar de cuál es mi lugar. Y, si no hubiera sido por esta maldita enfermedad, allí seguiría, con mis vídeos, mis consultas, y esas malditas reuniones que hasta echo de menos.

La vida cambia de un día para otro y te deja sin más quehaceres que mirar por la ventana la noche helada de Madrid, donde las lunas de los coches son de hielo, el bar de enfrente vacío, pero con el letrero encendido y esa maldita farola que apunta a mi almohada obligándome a bajar la persiana.

Pero lo cierto es que tengo 28 años y ni puta idea de lo que quiero, no sé si merece la pena terminar el máster, no me dejan empezar psicología hasta septiembre, pero tampoco sé si es lo que deseo, no sé si quiero escribir en un periódico, revista o canal.

Estoy quizá, más perdido que nunca, y es que quizá tenga que seguir dejando pasar las horas consumiéndome como una de esas plantas caducas que no tienen más que ramas desnudas y heladas. Cobrar una incapacidad y vivir de los cuentos que escriba en este blog que nadie lee.

Yo, que he tenido la oportunidad de llenar teatros, que me he subido a escenarios y dado ponencias cuando hace años no podía ni caminar con la cabeza al frente.

Supongo que nunca he sabido sacarle jugo a la vida, y cuando he podido lo he hecho a medias. Y ahora que soy menos de la mitad, no queda nada.

28 años que parecen haber desgastado el doble y no haber transcurrido nada.

Ayer me contactaron para co-escribir una segunda novela, cuando aún no hemos publicado la primera. Y no sé si quiero. El listón está muy alto y aún recuerdo el dolor de espalda que sentía en Educación Física cuando me lo llevaba por delante. Una cosa es escribir un fragmento en un blog, y otra muy distinta una novela mucho más estructurada, compleja y ardua.

También me apetece enviar cartas a varios periódicos a ver si así puedo hacerme un hueco entre los columnistas. Ya salí en una portada, y me veo capaz de salir en otra, aunque siempre haya odiado el periodismo. Pero, al fin y al cabo, una parte de él es más literatura que otra cosa, y eso de escribir, me nace. No sé.

Llevo días influenciándome por la vida de Elvira Sastre y ni soy valiente, ni estoy a tiempo. Ella es la película de héroes que ves de niño y sales del cine queriendo volar, con la adrenalina en vena y los sueños inquietos. Y yo soy demasiado realista para ponerme una capa y ver la vida desde la azotea.

Son las 22:57 y siento que este blog es una autentica mierda, que ya no escribo como antes, que la sintaxis es burda y basta. Y basta ya de perder el tiempo.

Si no hubiese ido dando tumbos ahora sería algo, como esas compañeras de instituto que ahora son Project Engineer, Software Analyst Manager, Aeronatic Engineer, o expertos en ciberseguridad.

Pero lo peor de todo es que mi hermana tenía razón. Dice que me parezco a Berlín, que doy todo por el amor. Y es cierto. Porque puede que no tenga ni idea de cómo quiero ganar dinero, pero no hay día en que no piense en conocer a una mujer que me abrace con ternura, que me bese con pasión, que me despierte cada mañana con un par de muslos bajo las sábanas que hagan que el zumo de naranja que nos prepare después me sepa demasiado dulce. Y que me mire mientras escribo poemas de amor en el minúsculo balcón de un barrio cualquiera de Madrid donde cada ventana cuente una historia. Aunque esto hace años que lo soñé en el Barrio Gótico de Barcelona, pero a estas alturas quedémonos en Madrid, donde después del sexo salga el agua más limpia del mundo para seguir sudando hasta desfallecer entre el vaho y el champú.

Pero ni tengo la labia de Berlín, ni el carisma, ni el dinero, y la chaqueta del Zara no engaña a nadie. Es curioso que antes de estudiar fotografía estaba convencido de estudiar cine. Toda mi vida escribiendo historias que me veía como guionista. Pero había el doble de plazas en fotografía así que aposté a la probabilidad. Y no digo que fallara, pero tampoco que acerté. Y ahora es cuando podría hablaros de una periodista rubia a la que nunca seduje, porque no soy el ladrón de Berlín, aunque ella a mí me robara un poco de atención sin hacer falta telescopios ni cámaras ni tacones rotos.

Las 23:12 y esto no mejora la más mínimo. Ni trabajo, ni salud, ni amor. Parece que la vida no tiene nada y, sin embargo, aquí sigo. Y aquí acabo. Corrigiendo todas las faltas que me chiva el Word para que no parezca un analfabeto que vomita palabras sin muchos sentidos en un rincón de Internet con menos gente que ese callejón oscuro de Vallecas bien entrada la noche.

El viernes vuelvo a Valencia a deshacer lo andado y no sé si eso me duele, me alivia, o me jode. Porque una enfermedad me arrebató la oportunidad de seguir corriendo, y ahora parado, solo puedo imaginar qué hubiera sido. Y todo por haber pensado dos pasos por delante y haber andado tres por detrás.

Pasado. En conclusión, el presente dura un instante (en mi caso ausente) y es el que hay que disfrutar. Futuro.

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