Hoy voy a contar la lección más importante que aprendí demasiado tarde. 

Me la enseñó un amigo al que admiro, aunque nunca se lo haya dicho. 

Él es una persona con las ideas muy claras, muy inteligente, valiente y astuto, y además honesto, amable y humilde. 

Cuando era un joven ingeniero recién graduado pudo asentarse en una empresa, embolsarse un buen sueldo, y llevar una vida cómoda sin demasiadas preocupaciones. Pero la defensa de sus valores, le pareció más importante, dejó su puesto y se quedó como el resto de los jóvenes de este país, al cabo de un tiempo harto del desempleo cruzó el charco con esperanzas de encontrar su vida en aquel lugar más acorde a su modo de entender el mundo. Años más tarde, sin encontrarlo, regresó con los ideales más diluidos, cansado, casi vencido por esta sociedad y dispuesto a hacer sacrificios. Volvió casado, y me mostró que cuando una gota de tinta cae al vaso, el agua deja de poder beberse. Y no sin lágrimas me enseñó que a veces es mejor usar el cerebro que el corazón, antes de que ambos se destrocen. 

Poco después, se encuentra feliz, con un trabajo en el que progresa adecuadamente, no sin desacuerdos, y con un bebé que le quita el sueño, esta vez con razón. 

Mi amigo tuvo que aventurarse durante años para darse cuenta que la vida a veces pide renuncias, pactos, sacrificios, pero me demostró que por encima de todo, está uno mismo. Que la felicidad está en nosotros. Y que lo único que se pierde es lo que no se busca. 

Yo no sé si lo que ahora tiene es lo que buscaba cuando dejó aquella empresa hace ya más de una década, pero le he visto hacer girar el mundo, golpearlo con fuerza y extraer luz de él, como buen ingeniero de minas.

Así que solo me queda darle las gracias por enseñarme a excavar dentro de mí, reconstruirme, y darme el punto de apoyo para que mi mundo, que es nuestro, pueda seguir moviéndose. 

Yo, no soy tan inteligente, ni tan valiente, y tal vez me cueste un poquito más encontrar mi lugar, pero le tengo de mapa, y eso me ayuda. 

Ya sólo me queda prometerle que, dentro de un par de equinoccios, continuaré con gusto ese capítulo. 

Gracias por leerme

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