Yo siempre busqué un hogar, una especie de loft donde poder vivir y crear. Pero el sueldo no se estiraba demasiado y los alquileres de casas me asignaban un porcentaje al que no podía hacer frente matemáticamente. Así que tuve que conformarme con un local lleno de humedad con una distribución muy mejorable. Su patio me enamoró. Tras el confinamiento no concibo una casa sin patio, y ese local lo tenía. Así que tras seis meses buscando un lugar donde refugiarme, me la jugué. Había dejado pasar dos locales idóneos por pequeñas pegas, así que me volví menos exigente con este y lo acepté.

Y durante cuatro meses he podido golpearme con la experiencia de pasar el verano más caluroso de los registros sin nevera, ni ducha, y apostar por un ventilador en tiempos en que la factura de la luz es una fractura al presupuesto.

Un local al que he sacado poco provecho, el que he usado casi más como loft donde dormir invitado que como estudio profesional de fotografía. Y no me gusta eso de diversificar, de tener la casa en un sitio y el trabajo en otro, o duplicar para tener lo imprescindible en ambos.

De esta lección aprendí que no soy fotógrafo comercial, que todo es diversión y portafolio, que siempre me apañé bien en casa, solo que sola, y que debía haber sido eso lo que alquilara, lo que rentara. Pero no pudo ser por cuestiones economistas.

Mi error es tan simple como que una casa te ofrece un set completo, un decorado realista, y todos los servicios predispuestos. Vale para boudoir, gastro, rodajes improvisados, autor y si es bastante diáfana, también «estudio».

Es por esto que vuelvo a mi idea de tener un loft/estudio amplio donde vivir y crear, donde si hay insomnio me levante y lo retrate sin sufrir la pereza de desplazarme a ningún lugar ni preocuparme porque mis herramientas estén a diez minutos de alcance.

Prefiero pagar un hogar acorde a ambos que dos lugares que me dejen a medias, y es que si la creatividad va conmigo, no debería alejar demasiado las herramientas que me ayudan a construir ideas.

Ya habéis podido comprobar que escribo lo que no vivo, que estoy como en modo espectador en el videojuego de la vida, como un juez de los Goya observando cada error de actuación para marcar el fracaso o el éxito. Así que yo no quiero un lugar de trabajo ni un hogar de descanso, quiero un escenario donde sacar a los personajes a la luz.

Mi vida siempre fue el ordenado caos a la vista de todas, como apuntes sin encuadernar, novelas sin índice ni costura, páginas barajadas, una especie de azar decidido.

Por eso lo único que recuerdo de sociología es la modernidad líquida de Bauman, porque soy el río que se transforma con la corriente sin desembocar en otro mar que no sea este lleno de palabras sin sedimentar. Donde no hay sal para las heridas que se quedan dentro y el oleaje no da tregua, donde todos los mensajes embotellados acaban volviendo al náufrago que los escribe, sin respuesta.

Gracias por leerme

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