Algo ha cambiado (en) mi manera de entender la fotografía.

Empecé en ella para huir del mundo real, para salir a mirar la realidad de forma diferente a través de aquella ventana compacta gris con la que capturaba nubes, señales de tráfico y bancos desocupados. Más tarde se puso delante la felicidad, la sonrisa, la belleza de dos adolescentes que atrapé en un digital que desapareció junto con ellas. Y más tarde, durante mis estudios de grado superior descubrí el espejo, la mirada hacia dentro, la autobiografía, el autodescubrimiento, y la forma en que cuando uno se busca, encuentra al mundo marchándose.  

Soy Técnico Superior en Iluminación, captación y tratamiento de imagen. Y todo el que me conoce mínimamente bien sabe lo exquisito que soy a la hora de crear imágenes. La luz perfecta, la técnica perfecta, el equipo perfecto… Desde que salí de aquellos estudios, y más aún cuando terminé el máster en fotografía y postproducción con especialidad en producto y publicidad, mi forma de ver la fotografía era científica, rigurosa, técnica, quirúrgica… Ni instante decisivo ni cazador. Puro recolector de escenarios perfectamente sembrados con mimo y detalle. Y si algo era azaroso, se manchaba de fracaso.

Criticaba a todo aquel que no usaba el flash correctamente, ni la cámara correctamente, ni el lenguaje visual correctamente, ni el revelador correcto y por ende, la imagen final era pura copia de todas las que plagan las redes en este universo de sobresaturación icónica.

Y en esa frase está un cambio que me hizo volver a los orígenes.

2023 fue un año realmente duro para mí, pero eso ya lo conté aquí en mi Diario reaCtivo. En ese año me enfrenté a un máster universitario de fotografía artística en el que, en lugar de asignaturas técnicas, me vi aterrorizado por filosofía, iconografía, historia y otras palabrejas raras entorno al maravilloso mundo que en aquel momento se volvió tedioso. Suspendí, no me lo esperaba, pero así fue. Me llegó el huracán academicista y no lo vi venir.

Y además empecé con los síntomas de una enfermedad que aún entonces no había hecho más que saludar de lejos.

Así que, cansado de la perfección, inicié un proyecto experimental que hoy conocéis como Pathos, pero que en aquel entonces no era más que un autorretrato el día que necesitaba contar que me sentía triste, enfadado, confundido, perdido, agotado, abandonado y otras tantas sensaciones, emociones, sentimientos denostados por esta sociedad tabú llena de filtros de felicidad artificial. El caso es que empecé a representar mi salud mental en aquellos retratos y para ello empleaba técnicas con la finalidad de divertirme contando la historia, de probar, de jugar hasta dar con el mensaje. No importaba la técnica, era solo un registro autobiográfico como aquellos que realizaba en mis inicios, y que olvidé por el camino.

Durante mi trayectoria “técnica” tuve la suerte de conocer a artistas cuya obra se basaba en autorretratos, todos ellos con un fuerte uso del desnudo y cuyos temas abordaban problemas psicosociales. No dudé un instante, mi TFM debía contar aquello.

No era yo el único que usaba la fotografía, el autorretrato, como terapia, como forma de usar un cuerpo apagado para darle luz y convertirlo en un viaje, un monstruo que devore los miedos y pose para el victorioso recuerdo. Tenía que descubrir más, se lo debía a la fotografía, me lo debía, y no quedaba otra.

Un año después, he leído a teóricos como Susan Sontag y Joan Fontcuberta. Derridá, Bourdieu y Barthes (citados), y gracias a mi tutora de TFM: Rebeca Pardo, su blog y su libro “La imagen desvelada”; he descubierto que existe todo un campo de investigación en el uso de la fotografía como terapia ante la enfermedad, el dolor, el duelo, o la muerte.

¡No estaba tan loco! (Bueno, eso sí. No estaba tan perdido, quiero decir). Gracias.

¿Qué ha supuesto esto? Básicamente, mientras que antes mi única meta en la vida era ejercer la docencia técnica de la fotografía, ahora, que una enfermedad me está dejando sordo y ciego, he encontrado una alternativa en la investigación, divulgación y docencia de la fotografía teórica a la que no sólo le voy a dedicar el TFM, que espero aprobar, si no el resto de mi vida hasta que la enfermedad me lo arrebate también. No sé si llegaré al doctorado, no sé si tengo capacidad para una tesis de tal envergadura, pero ahora que una enfermedad me ha alejado de las aulas, de los sets, de los congresos, tengo todo el tiempo del mundo para bucear en el silencio y la calma de las bibliotecas, los museos y los ensayos. Siempre que sean en castellano, porque aunque tengo un B2 certificado, saber inglés es un carrete sin revelar, posiblemente velado.  

Y así es como la fotografía empezó salvándome (de) la vida, se convirtió en mi quirófano, y ahora se convierte, no en el medio (como diría Pierre), en el fin. El todo.

Gracias por leerme

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