Empecé este diario al poco de emprender mi camino en solitario, tras digerir que había tomado la decisión correcta de abandonar a mi familia por encontrarme a mi. Lo llamé Diario reaCtivo, porque consistía en eso, en reaccionar a los hechos, en crear documento de las experiencias vividas lejos de casa, en acercarlas a mi familia para que pudieran sentir que estaba a salvo, por primera vez en mucho tiempo.

Los primeros días, semanas y meses fue más fácil de lo que imaginé. Todo era nuevo. Pero Alfonso y Norma me acogieron, me cuidaron, me guiaron, y se hizo muy sencillo. Aún recuerdo las primeras fallas aquel septiembre, la vuelta caminando hasta el coche, encontrar la puerta de casa abierta al regresar. Recuerdo las mañanas en las que los tres montábamos en aquel Ibiza camino de la oficina, y de vuelta. Y también aquella tarde pasando la ITV en la que después de horas metidos en el coche nos tocó buscar una farmacia para hacernos aquel test covid. La verdad es que he vivido momentos muy íntimos con mi compañero de piso, jefe y amigo. También recuerdo las pelis con Norma en el sofá donde nos quedamos dormidos un par de noches, sus palomitas con salsa picante, y aquella cena en la que acabé tirado en el suelo buscando un poco de frío para calmar aquella sensación después de tomar aquel mejunje mejicano que sabía a demonios.

El primer año empecé comiendo sano, me llevaba ensaladas al trabajo para comer y algún sandwich de queso vegano, el clima laboral era algo tenso, pero se podía respirar. Recuerdo muchos momentos, incluso mi primer cumpleaños.

Nunca tuve la necesidad de volver a casa, porque me sentía en ella. Era feliz.

Cuando la empresa se asentó llegaron los momentos intensos, muchos viajes, muchos eventos, muchos kilómetros en aquel Ibiza y muchos descansos en los Auto King en donde yo no paraba de darle la turra a Alfonso y él siempre me daba lecciones de todo tipo. Aún tengo su imagen dormido con el portátil sobre las piernas.

Recuerdo la vez que nos dejamos las puertas de coche abiertas en el parking de un centro comercial con el maletero lleno de objetos de valor. Nada como dos muchachas jóvenes y bellas para distraerme.

El segundo año Norma se marchó, y apareció Paula. Una mujer alta y esbelta como un rascacielos, no podía decir que no a nada. Y entonces llegaron las fiestas. Y las vomitonas, especialmente aquel segundo cumpleaños que no acabó del todo bien para el baño que compartía con Antonio. Pero nada que unos guantes y la sosa caústica no resolvieran.

No mordió mi anzuelo, pero acabó formando parte de la casa.

Y así pasaron 2021 y 2022, feliz, contento, realizado, todo un máster de vida en el que aprendí muchísimo y visité poco Madrid. Un finde a mediados de mes para hacerle la foto a mi sobrinita y algún puente. Pero 2023 lo cambió todo. Empecé el año como responsable de marketing, tras ser el empleado del año 2022 Vivimos el Sugar I, lanzamos aquella web que no funcionó, seguimos sumando eventos, viajes, directos… Alfonso me consiguió varias ponencias en las que pude enseñar a mucha gente, me vi encima de escenarios y sentí que lo había conseguido. Pero en Kinafoto mis tareas ahora ya no eran tan creativas, si no resolutivas, atajando problemas que iban surgiendo. No estaba mal tampoco. Pero ya no me daba con 8 horas. Así que madrugaba más, no comía, salía a última hora. Pasaba todo el día en la oficina. Quería que todo saliera bien y no había otra. Estábamos todos a tope. Pero algo notaron en mí. Al poco lo noté yo también. El Wedding Tour fue una tortura, siempre cansado, sin poder oír a la gente a la que acreditaba, cambios de humor repentinos… La gente acabó formándose otra opinión de mi, pero no era yo. Estaba perdiendo audición (y algo más). Y así comenzaron mis viajes cada vez más frecuentes a Madrid. Pero como la Seguridad Social no me atendía tuve que pagar un seguro para ser atendido en Valencia. Cuatro meses después, en mis falsas vacaciones de agosto, acudí a urgencias, donde se empezaba a sospechar que aquello no era un sólo problema auditivo.

Tras meses trabajando en la nueva web, al fin salió. Y llegó también el Sugar Xmas y más viajes en los que iba solo una parte de mí, pues la otra se había perdido. Decidí que no quería volver a Madrid, que quería encerrarme en el estudio con lo poco que me hacía feliz, hacer muchas fotos, jugar mucho, grabar mucho, y dejar un legado. Estaba todo acordado, podría pasar allí todo el tiempo que quisiera y disponer de toda la luz. Pero entonces… Ese último trimestre fue el precipicio que acabó con todo. Pues octubre llegó con una noticia nada agradable. Noviembre me golpeó duro. Y diciembre acabó por enterrar al Iván de la Torre que llegó allí aquel septiembre de 2021.

La noche del 31 de diciembre de 2023, durante la cena en la que todos hablaban, reían, pero no me enteraba de nada, sentí que me ahogaba, que mis pulmones dejaban de funcionar por sí solos, me aparté del resto hasta las uvas. Tras terminar las campanadas se lo conté a mi hermana y maché a Urgencias, donde sin casi pruebas decidieron mandarme a casa con un diagnóstico precoz de ansiedad y petición de baja al centro de salud.

Así fue como 2024 me devolvió a Madrid, me devolvió con la familia, pero me arrebató todo por lo que había trabajado esos dos años y medio. Es cierto que ya en el último trimestre me perdí los viajes, pero ahora no tenía el estudio, ni los juguetes, ni el altavoz para seguir siendo ese Iván de la Torre que por fin comenzaba a brillar. Me había apagado como un flash que se estrella contra el suelo, ya no emitía luz, y sigo fundido y confundido desde entonces.

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