Sanfer siempre fue un lugar donde me imaginé viviendo toda la vida, hasta que se empezó a derrumbar tan lentamente que no me percaté del derrumbe.

Puede que el metro se cargara el suelo, derribara los edificios, y dejará en incertidumbre el resto del terreno. Hasta el punto de que ya, no me fio de que no vaya a construir un hogar que se agriete con cada paso del metro. Se volvió no edificable.

Pero cuando paseo por sus calles no verlo todo vallado, con maquinaria pesada y edificios sellados o pintados para tomar mediciones. Esa superficie se tornó rota por otra locomotora, por otra puta tuneladora que no dudó en pasar por donde quiso sin percatarse del destrozo que provocaba.

Entre una y otra no puedo vivir en sanfer, se volvió irreconocible, y lo peor, se volvió inerte, contaminada. Mire donde mire solo veo destrucción, caos, o peligro. Indignación, resiliencia, daño, impotencia, ruinas. Ya no es mi hogar, y como en la vida, yo no elegí que todo el amor que sentía por este municipio, se convirtiera en nada. En recuerdos oscurecidos que hacen sombra a lo bueno vivido. Ya no quiero vivir en Sanfer, aunque siga manteniendo el código postal.

Una localidad de la que quería acabar siendo alcalde destruida por los actos de dos harpías buscando el beneficio propio.

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