Es la primera vez después de muchos años que paso estas fechas junto a niñas pequeñas y no tan pequeñas que aún creen en la magia de unos seres cuyo único poder está, tal vez, en la omnipresencia, debida en parte a la inocencia de esas mismas mentes que les dan realidad. Además, este año veo esos acontecimientos de forma diferente, distante, crítica. Ya no solo porque mi único deseo, recuperar a mi madre, parece quedar fuera de los poderes mágicos de los cuatro personajes, sino porque he protoanalizado, ya puesto, de manera protopsicológica el impacto de estas visitas para con los aún creyentes. ¡Vamos con la tesis!
No cabe duda que, en tiempos de inmediatez donde la gratificación instantánea y el chute de dopamina está al alcance de un botón, la espera anual a los seres mágicos representa una enseñanza para los pequeños. Recordemos los no tan jóvenes que para ver nuestro programa favorito había que esperar a que lo emitieran, a veces implicaba madrugar un domingo para ver la reposición, o volver ansioso del cole para ver La banda del patio, El laboratorio de Dexter o, más adelante, Los Simpson. Así como antes requerir algo implicaba esperar a que mamá y papá nos llevasen al centro comercial. Incluso las relaciones sociales dependian del reloj y no de un dispositivo con pantalla. Antes usabas el fijo, qudabas en un lugar, y cinco o diez minutos de cortesía eran más que suficientes para los rezagados. Faltar a clase implicaba llamar a casa de un compañero después de comer para pedirle los deberes y ponerse al día con el temario. Ahora todo es inmediato. Una foto de la pizarra por whatsapp, la ubicación, mil mensajes en un chat grupal que nadie lee porque todos escriben. Se ha roto el tiempo para mediar, para pensar. ¿Piensa si eres de los que mandan varios mensajes cortos, o lo condensa en un único mensaje o unos pocos según si se trata de diferentes temáticas?
Nos hemos vuelto locos, vivimos con el x2 y parecemos unos Sims a los que se les ha puesto en modo acelerado. En este contexto. Sí, esperar a los seres mágicos y vivir ilusionados las fechas próximas ya no es solamente beneficioso, sino totalmente necesario para los niños y niñas.
Pero discrepo en que sea necesaria la existencia de dichos personajes y confío y aseguro que podría tener el mismo efecto, y uno aún más positivo, si extinguimos la magia y convertimos el año nuevo, el uno de enero, en un día, no mágico, sino social. Donde la empatía, la generosidad, el afecto, la realización, sean los poderes mágicos que están en peligro de extinción. ¿Por qué no crear una «persona invisible» o varias? Donde los propios miembros del grupo: familiar, social, laboral, cualesquiera; actúen de seres mágicos, como hacemos los adultos con respecto a los infantes. Pero implicando así a los propios niños y niñas que, si bien no con mercantilismo económico y propósito comercial, se involucren creando los regalos.
Esto, además de enseñar que los regalos no son caídos del cielo, no son caprichos que poner en una lista, no son sueños gratuitos que se cumplen; son en realidad el esfuerzo de unos seres reales tan generosos que se dejan suplantar por la ilusa ilusión de la magia de la navidad. Todos podemos y deberíamos ser reyes, pero también niños.
Me gustaría fomentar un mundo donde mi sobrina entienda el valor de las cosas, donde exista tanto la ilusión por abrir los propios regalos como ver la cara a la persona que descubre los suyos, que, además, son creación de la primera.
Donde se oiga un: «Venga mamá, vamos por el regalo de papi», «Hija, ¿te apuntas al regalo de mamá, o de tu hermanita?»; e incluso un: «Creo que mis padres están preparando mi regalo, ¿tú has notado el secretismo misterioso en los tuyos?» que mantenga esa ilusión en los niños que ya se vive, pero hacia quienes son los verdaderos conspiradores, sus queridos seres queridos, que no son reyes, pero hacen autentica magia para esbozar sonrisas.
Los valores que así promoveríamos serían incremento de esa positiva experiencia de espera tan beneficiosa que defendí respecto a este consumismo absurdo. Pero además, al ser los niños partícipes activos, creadores, reyes, magos, duendecillos; brotarían en ellos otros tan necesarios como la escucha activa, para detectar qué desean los demás; la cooperación, para pedir ayuda a papá, mamá, u otros en la realización de ese regalo ajeno. Aprenderían también el coste y el esfuerzo que eso conlleva así como formas creativas de llevar a cabo dicho propósito cuando quizá los medios económicos no sean suficientes o quizá haya que encontrar alternativas. Valorarían todavía más los regalos porque saben todo lo que implican y se compartiría la emoción muchísimo más dentro del núcleo donde se estén desempaquetando. Aprenderían que no solo hay que ser bueno consigo mismo, sino también con los demás no porque unos seres extraños observen su conducta para premiarla, sino porque esos con quienes se relacionan serán quienes con amor, respeto, afecto, cariño y pasión diseñen, envuelvan y entreguen el correspondiente premio. Y no, no porque uno cumpla años, porque obtenga un ascenso, o haga alguna proeza que festejar; sino porque sencillamente, una vez al año, el círculo social se reúne con sus miembros para demostrar porqué ha valido la pena cada segundo juntos.
Espero que algún día esa tradición absurda se convierta en algo memorable donde niños y adultos compartan y no solo entreguen-reciban. Porque la diferencia entre encontrarme un libro que me puedo comprar yo mismo o encontrarlo envuelto no está en el dinero que me ahorro, sino en la generosidad que otra persona ha puesto en mí con ese detalle. Así como a mí me encanta regalar no porque se me valore el acto con gratitud, sino por la alegría que me produce el gozo de las demás.
Podría ser más, pero, de momento, esto es todo. Quizá cuando tenga los conocimientos necesarios para emprender un riguroso marco teórico continúe con este análisis. Pero por ahora me basta con haber plantado una semilla, un germen tal vez, en tu cabecita recién atropellada por las estimadas dopamina y serotonina.
Y para acabar con un puntito agrio, ¿piensa en los miles de niños y niñas cuyos seres no visitarán este año, puede que tampoco el anterior o el siguiente? ¿Qué implicaciones psicológicas tendrá para ellos verse invisibles ante los seres mágicos? Sin duda serán secuelas perturbadoras. Esas, que quizá pueda paliar solamente la empatía de otros padres atentos que enseñarán a su hijo esos valores de los que hablo al exclamar: ¡Hola, mira lo que dejaron en mi casa los seres mágicos para ti! Y qué, pero qué, psicológicamente, tampoco genera el impacto que el niño necesita, pues siempre quedará la posible reacción de su entorno y la propia asimilación que el niño haga.
No obstante, la problemática social de poco en poco. Lo importante es que cada año, los peques descubren emociones que la apresurada sociedad actual les ha arrebatado, pero hemos de aprovechar para convertirlo en una oportunidad para fomentar los otros muchos valores que esta misma sociedad ha convertido en extintos o en peligro.
¿Qué me opinas, te apuntas a la revolución?