Empecé este diario reactivo para dejar constancia de mis aventuras en Valencia, lejos de todo lo conocido: de mi madre, de mi hermana, de… de eso. Y me he pasado los capítulos inventando personajes para ocultar a plena vista los malos momentos, las malas rachas, las depresiones, las dudas, las deudas. Pero no soy yo el que ha creado al peor monstruo de todos, si no la vida misma. Y lo ha dejado caer en uno de los 3 únicos lugares donde jamás querría que cayera.
No sé cuántas personas estarán respirando ahora mismo en todo el mundo conocido, pero solo hay 3 a las que no pondría ni si quiera una coma, mucho menos un punto y desde luego que ni en broma un punto final.
Por eso espero que, a pesar de lo leído, de lo narrado, de lo vertido, quien quiera que ha decidido escribir semejante acto de crueldad, decida dejarlo en un punto y a parte, y siga redactando tantos años como yo pueda leer.
Porque es muy injusto que el bicho malo devore al bueno, aunque el bueno sea tan dócil que se deje fagocitar.
Así que espero que a ese reloj de arena le queden tantos granitos como a todo el desierto del Sahara, por lo menos.
Porque era yo el que tenía que cerrar el libro, yo que nunca he escrito un párrafo con más sentido que el del humor, negro, por supuesto. Porque era yo el que no le temo más que a esta vida que de líquida, ahoga. Porque era yo, y punto. Y alguien erró en la trayectoria. Porque era yo y soy yo el que ha jugado a perder la mielina de unas neuronas que además del oído, parecen ser también de la vista. Porque siempre he sido yo. Y punto.
Pero aquí no hay filosofías, ni aceleradores de partículas, solo caos, entropía, desorden, y no hablo de mi sobrina, por ahora.
Toda mi vida he querido dedicarme a la ciencia, pero he sido demasiado débil para enfrentarme a ella y demasiado tonto para resistirme a mi única adicción, que casi me mata hace tres años.
Porque ahora tendría que estar escribiendo un informe médico y no un blog que solo leen un puñado de rusos trolls o un algoritmo indio capaz de saltarse el recapcha.
Porque elegí lo fácil a lo verdadero, porque lo único que importa es la ciencia y no llegué ni al arte.
Y no llegué ni a protagonizar la tragedia que da nombre a este capítulo, ni a sufrir la desventura del personaje que enmascaro con él. Pero era yo. Debería ser yo o nadie de ellas tres.
Porque nunca quise alejarme, porque lejos solo tengo un trabajo al que le dedico día y noche para no afrontar la realidad. Pero ahora tengo que estar donde se me necesita, Y no pensaba volver, porque desde que estoy sordo no entiendo a las personas que quiero a mi alrededor, a ninguna de esas tres. Pero ahora mejor sordo que tarde.
Y no veo alternativas. En ningún sentido. No encuentro atajos ni comandos secretos, ni cupones descuento o aumento, en este caso.
¿Qué diría Kant? Ni idea porque ni siquiera me atreví con la filosofía.
Es curioso pero soy como uno de esos protones, necesito un buen impulso para acelerar, pero una vez me pongo, no paro hasta que choco y estallo. Con esto quiero decir que soy bastante impulsivo, me gusta algo y lo quiero al momento, y me canso cuando lo encuentro o cuando la fricción me frena.
Si hubiera una forma de graduarse en Psicología en solo un año, lo haría. ¿Pero quién tiene 4 años? Algunas tan solo 2, de media.
Creo que la vida hay que vivirla con intensidad, sin vacaciones de verano, ni semestres ni findes. Todo del tirón. Nunca me gustaron los recreos y nunca me gustó poner el juego en pausa. El tiempo es continuo y no se puede suspender. Y nos tomamos la vida por etapas como si esta no nos fuera a sorprender de un momento a otro.
Dicen los marines que el único día fácil fue ayer y yo digo que solo sé lo que ya viví, por tanto no debería hacer planes a futuro, y el futuro no alcanza ni a mañana. ¿Quién sabe si volveré a abrir los ojos cuando los cierre?
Planear a largo plazo es como intentar llevar recto con un carro de la compra al que le hemos dado un empujón.
Y aquí estoy, pensando cómo quedarme en Madrid sin detener lo arrancado. Y no veo manera.
Mirando nuevos proyectos ajenos que no me convencen.
Pienso que si hubiera sido médico, siendo como soy, no pararía hasta dar con la cura de mi paciente, eso sí, tendría que tener solo uno cada vez. Aunque mejor uno que cientos y ninguno, como esos idiotas que se hacen llamar especialistas, en falta de motivación, supongo.
Yo no sé qué diría Kant, pero me quedé a gusto, que, por cierto, se escribe separado. Aunque quizá Agusto pueda ser un personaje para cuando mi vida vaya súper bien, o sea que ni por esas lo vais a ver escrito.
Ya veis, el señor Kant Cern arrebatándome los poquitos momentos de felicidad conjunta que encuentro en esta vida solitaria, y yo sin saber si quiero hacer el TFM en solitario sobre fotografía terapéutica o si prefiero jugármela con un TFM Delta adscrito a un grupo de investigación que me permita abrirme camino en la investigación académica. Y sin saber si después me conviene seguir el doctorado en Artes, que suena como intentar que un triciclo parezca un coche, siendo el coche claramente la ciencia, o reinventarme estudiando psicología porque la carrera de medicina me pilla un poco cansado.
Pero ahora toca abrazar a Kant, cenar, y dormir, que mañana tengo que volver a ser la incertidumbre de siempre.
Ojalá nunca hubiese tenido que escribir este personaje, pero el diario reacciona a la vida, y esta me ha pegado un buen mazazo indirectamente. Y no me parece justo que alguien que dedica su vida a cuidar a los demás tenga caducidad, mientras yo, que no sé ni qué hacer con la mía, siga en esa compleja y nada grata incertidumbre.
Por cierto, si has llegado hasta aquí y no eres un bot de Internet, te recomiendo pasarte por aquí y poner un granito de arena. Quizá así logremos que el reloj en vez de dos, marque cuatro, y que en esos cuatro, se desactive el contador.
Gracias.