Es curioso, me he pasado los últimos 8 años buscando la perfección técnica, la cámara más completa, y todo el cacharreo posible, y han bastado solo unas semanas estudiando a los mejores fotógrafos de la historia y una pregunta para desencajarlo todo:

¿A caso le preguntan a un escritor si escribe a Word o con un boli bic? 

No estoy diciendo que la técnica o los juguetitos no sirvan, obvio que son parte del camino, pero más importante es saber dónde uno va. Y eso no te lo da un flash, una cámara o ser un friki. Es el aura del artista. 

Ya os hablaré de esa parte cuando termine las lecturas de Joan Fontcuberta, Walter Benjamin y el resto de teóricos de la fotografía. 

Pero ahora, con lo que he reflexionado estas semanas, solo me apetece decir que si tuviera que elegir dos cámaras con las que capturar el mundo, muy posiblemente serían una Fujifilm X100VI y una Fujifilm GFX100 II.

No son perfectas, ni baratas, pero tanto la marca como ellas representan aquello que me hace sentir cómodo. Por eso elijo esta marca, y estas cámaras. Aún teniendo la Sony A1 que me parece las más completa del momento. Porque la fotografía es algo que va más allá de lo que se ve y se toca. Y eso son para mí esas dos cámaras.

Con la X100 uno vuelve a encontrarse con su niñez, con lo meditado, ve el mundo sin prisa, con mimo, a distancia única, se acerca o se aleja para tomar perspectiva, uno vuelve a sentirse vivo con ella en las manos. Aunque no tenga carretes, uno la toma como si así fuera, o así debería. Es una cámara que, aunque a día de hoy es el mero capricho de todos los hipsters, la moda de las influencias en redes sociales, para algunos, que vemos más allá de eso, es una analógica con tecnología, una Leica práctica. Una belleza con la que salir a descubrir el mundo y llevárselo de recuerdo. Aquello por lo que jamás un teléfono móvil jamás será una capturadora de momentos que importan. La Fujifilm X100 representa el retorno de la fotografía desde su invención, al menos para mí.

Con la GFX100 II el mundo se vuelve grande, y a la vez la atención se reduce a poco, no es un 6×6, ni un 9×12, ni tan siquiera un 4×5 digital de Phase One. Es un agradable sensor de poco más que 4×3, que no tiene obturación de pétalo en las lentes, pero sí algo imprescindible para un retratista casi ciego, seguimiento al ojo. Con ella puedo hacer retratos con la profundidad de campo limitada, puedo hacer arquitectura con sus lentes TiltShift, e incluso unida a una Cambo o una Sinar, puedo hacer fotografía técnica en digital. Aunque eso ya es mucho complemento para una cámara que, ya de por sí, reúne calidad, tecnología, eficiencia y un precio más que razonable. Es cierto que no es lo mejor, pero ni se pretende. ¿Acaso la Kodak Box Brownie de Ansel Adams era la mejor? Probablemente no, era la que a él le apetecía llevar a capturar los montes de California. La misma con la que empezó Vivian Mayer hasta adquirir la Rolleinflex con la que paseó por las calles de Nueva York.

Por tanto, no es necesario la cámara perfecta, porque no existe ni existirá nunca y cualquiera será la cámara con la que exponer el universo. Aunque de solo poder elegir dos, a día de hoy, ya tengo mis preferidas.

Así, mientras una es un paseo elegante, discreto y cómodo, la otra es un viaje con itinerario y exigencias. 

Nunca seremos Cartier-Bresson, ni Walker Evans, ni Dorothea Lange, ni Alix Alix  o cualquier otro u otra que estéis pensando. Pero podemos ser nosotros y nosotras mismas si dejamos de creer y empezamos a crear. Pero a crear desde el interior, desde la reflexión, desde la necesidad de contar historias, aunque sean la nuestra.

La fotografía ha muerto, al menos como la conocieron ellos. Estas ni ningunas otras cámaras van a devolvernos a ese tiempo, pero yo he aprendido que a veces, se es mejor cuando uno siente, que cuando uno piensa. 

Así que, aunque nunca voy a olvidar el cacharreo, ni prescindiré del flash para mis imágenes, voy en busca de la mezcla perfecta entre técnica y filosofía. Porque al igual que un autor no se diferencia en si usa pluma, bolígrafo, máquina u ordenador; un fotógrafo no debería ser el equipo que usa, si no el relato que cuenta. Aunque con el ordenador se hagan menos tachones que con la pluma; algunos dirán que es menos orgánico, yo, que me permite fallar sin coste.

Por tanto, en lugar de hacer millones de fotos de mierda porque salen baratas, ¿Qué tal si hacemos unas cuantas excelentes y dejamos el resto como el archivo de Vivian, sin revelar?

Gracias por leerme

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