Hace años descubrí que la luz se aprecia mucho mejor en la oscuridad, que la paz mental es como la paz mundial, algo a lo que se aspira, pero inexistente, algo que se puede fingir, pero no lograr. Y descubrí que hay amores que crecen de la admiración, que hay quien te llega a las neuronas, las estrangula, devora, y apodera tan libremente como un neurotransmisor en plena adolescencia.

Tan solo tardé unos cuantos años en lograr si quiera existir, y otro más en resistir, y no pienso insistir ni un minuto porque el amor surge, no se crea, pese a ser una puta invención sináptica consecuencia de mezclar unos cuantos químicos en las células incorrectas.

Tan poco es que lo sepa, pero he atravesado viaductos en plena tormenta y solo pensaba llegar al destino, que no era otro que ella, que verla por primera y única vez. Y no es una peli con final, ni siquiera tengo claro el principio, pero estoy anudado completamente, lleno de planteamientos que no terminan de brotar.

Y de tanta tiniebla me he acostumbrado a llamarlo hogar. Uno frío, oscuro e inmenso en el que todo parece ridículo e inerte. Una catedral gótica que apreciar desde el suelo firme, distante y deseoso de explorar hasta los rincones más secretos.

Y no lo puedo llamar amor, porque un alma romántica idealiza tanto los sentimientos que no da lugar al pensamiento crítico. En su universo propio dominado por poesía emocional. Admirador de lo diferente, único y esencial. Especialista en lo imperfecto, inacabado y abierto. Y con una tremenda nostalgia que añadir al cóctel.

Perdí contra el monstruo que me arañó el arte y no para de aparecerse en mis versos. La bella dona infectó mis retinas, tímpanos y dejó al resto de sentidos para nunca más tras el exclusivo par de besos tímidos, dudosos y fugaces.

Y compartimos un poema en lengua ajena tan romántico como inacabado, tan mediocre como el capítulo ocho de un miércoles tan sábado, como un kebab hambriento de las horas que no tuvimos.

Dos heridas que no cierran ni compartiendo plaquetas.

Hace años que buscaba mi luz, y acabé encontrando una preciosa penumbra donde ser yo misma, sea cual sea la intensidad.

Y es que a veces no hace falta un destello para sentir energía, tan solo esperar que en algún momento de esa tormenta se deje ver el relámpago que acontece al true no.

Porque el romanticismo es seguir sintiendo. Porque hasta dos electrones pueden formar un par. Aunque (aún) no sea de Cooper.

Porque no te sé mucho, pero daría todo lo que aún no te sé por la mitad de lo que te desconozco. Y no me salen las cuentas, pero cuento contigo, aunque no salgamos. Aunque me haya salido de órbita y haya menos corriente que la que se halla en la mielina de las vainas de un cadáver allá por el final de un blog que registra menos verdades que con sentimientos.

The end?

Gracias por leerme

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