El otro día la genetista me preguntó que qué había estudiado o a qué me dedicaba. Dos preguntas simples para las que no tengo una respuesta sencilla. Y es que mientras algunas personas estudian alguna cosa y trabajan de esa u otra cosa. Yo me he pasado la vida estudiando de aquí y de allá, y aunque antes podría definir milimétricamente mi anterior empleo, este último no tiene una etiqueta clara. Así es como decirle que estudié un grado medio de informática, un grado superior de fotografía, un grado universitario de comunicación y un máster universitario en fotografía artística le pareció demasiado y solo prestó atención a lo primero. Quizá tenía que haberle dicho que me dedico a la comunicación audiovisual, que podría ser un buen resumen de mis tareas, y un gran motivo de incapacidad dado que mis afectaciones son auditivas y visuales. Creo que tendré que empezar a definirme así.
Aunque supongo que no me importa, porque nunca he tenido el control de mi vida y aunque haya intentado tomarlo, no me ha salido nada bien, y aquí estoy. Y no me debería sorprender que de vez en cuando la ansiedad me secuestre arrebatándome el oxígeno, pues en lugar de descansar y disfrutar; me metí en un grado de psicología en el que no estoy aprendiendo, pensando si cambiar de universidad, pensando si dejarlo, pensando si quizá un doctorado… Acojonado por la defensa de mi TFM para el cual aún no terminé la presentación pero ensayé tantas veces que no sé con qué toma quedarme. Ni Doctor Strange aventuró tantos futuros posibles.
Y así, cuando la depresión me mantiene atado a la cama busco maneras de esquivarla, gané dos días grabando un curso de autorretrato para la Kinacademy; pero justo cuando me quedan los últimos capítulos, la depresión me gana y pierdo dos mañanas entre almohadas. Y por si fuera poco, anoche no podía dormir y repasé la galería de fotos, concretamente las de mi madre. No sé si me dolieron más las de los últimos meses o las de los últimos días, o aquella en que ya era inerte. Nadie enseña que el duelo no tiene fases, que es un puto mito. Que un día dejas de sentir su mano, de oír su voz, de verla por casa. Pero permanece esa sensación de que sigue ahí. Como si no hubiese muerto, pero sabiendo conscientemente que así es. Pues efectivamente ni sientes su mano, ni ves su cuerpo, ni oyes su voz. Pero parece como si solo hubiese ido a alguna parte y fuese a volver. Insisto, sólo parece.
Así que no, no es negación, pues sé perfectamente que murió y que su cuerpo está hecho cenizas dentro de un tarro que yo mismo acomodé en un nicho, que jamás volverán a brillar esos ojos verdes con manchitas marrones, y la ira se quedó con la piel de mis nudillos en aquel árbol del cementerio. ¿La negociación con quién? Con la muerte, con la vida, con la enfermedad, con la medicina, con Dios, con uno mismo. No hay nada que negociar cuando no hay nada que hacer. Nada me devolverá a mi madre, por tanto, ¿qué se negocia? La depresión ya me venía de serie así que no es una fase nueva, es un estado permanente, un complemento, el sueldo vitalicio de esa dictadura emocional que ahora presiden en bipartidismo la depresión y la ansiedad. Y supongo que la aceptación se da cuando… ¿Cuándo? Porque recuerdo haber perdido una abuela, dos abuelos, un tío, y mi vida seguía como si nada meses después, como lo hace la de mi sobrinita. Pero perder una madre es distinto, supongo que solo se puede comparar con perder una hermana o una hija. Ese vinculo tan cercano e íntimo. Esa otra mitad que te arrancan como cuando se pone mala una magdalena y la tiras a la basura porque los hongos ya lo han infestado todo. ¡Putos hongos!
Pero si algo no he logrado aceptar es mi vida. Si algo no acepto, es que la perdiera ella y no yo. Si algo no acepto es levantarme cada mañana sin saber qué será de mi. Si podré volver a oír, a ver con nitidez, de qué podré trabajar o si simplemente seré feliz ese día sin que ninguno de mis pensamientos me hagan sentir que he fracasado. Porque en algún momento mis atrofiados sentidos mirarán alrededor y no percibirán a mi madre. A la que no pude salvar. Y entonces entro a la universidad con la voluntad de aprender psicología, pero no lo hago, porque sé y siento que ya es tarde. Que ya no tengo a nadie a quien advertir que esa medicación no es lo que necesita. Que no tiene ansiedad sino un tumor cerebral. Y que si le arde la piel no es por la radiación sino porque un maldito parásito la está comiendo por dentro y su cuerpo intenta hacer de sí mismo un lugar inhabitable para combatirlo. Pero ya es tarde. Ahora solo queda el artista, los textos lacrimógenos y las fotos nostálgicas. Y me doy asco. Porque los artistas somos creadores sentimentales y eso no sirve para salvar la vida de quienes amamos.
Y no hay semana en la que no piense en convertirme en objeto inerte, en sentimiento ajeno, en obra póstuma.
Y no hay psicólogo ni psiquiatra que pueda curarme ni ayudarme porque mi sufrimiento no se cura reconduciendo, porque mi madre no volverá aunque la olvide, aunque no la piense. Porque el ruido no desaparecerá ni los sonidos volverán a ser entendibles hasta que otros no averigüen qué pasa. Porque no hago más que perder visión, pero son otros los que no ven qué me sucede. Pero yo miro adelante. Echo el Euromillones por si toca, miro locales para montar mi estudio aunque la Seguridad Social no me lo permita con esta puta Incapacidad, miro estudios, hasta doctorados. Y me entretengo con películas y series subtituladas porque cuanto menos domine mi pensamiento presente, más vivo estoy. Pero de repente, el oxígeno desaparece y la ansiedad me saluda oculta en algún rincón de mis adentros.
Y aquí, en resumen, por qué si no encuentro valor a mi vida no la perdí yo en lugar de esa maravillosa persona. Y me gustaría creer que hay un lugar a donde vas después, porque eso significaría que estoy a un suceso de reencontrarme con mi madre, mi otra mitad. Pero solo podría sentirme más inútil si además fuese creyente, así que no. Y quizá eso me mantenga en este estado que algunos llaman vida.
Pero lo cierto es que sí que hay algo de ira dentro de mi. Porque fueron los médicos los que no nos dijeron que existe un hongo oportunista que devora los pulmones de los inmunodeprimidos. Son los médicos los que no dan con lo que me pasa y permiten que mi existencia sea un infierno ruidoso, desenfocado, descolorido, incomprensible y ansiosodepresivo. Y se justifican diciendo que su trabajo no es fácil. Algunos incluso haciendo referencia al mío en comparación. Pues lo siento, pero yo soy un mediocre y elegí un trabajo acorde a mi mediocridad. Lo que me enfada es que yo ya sabía con 11 años que jamás iba a poder ser médico, y sin embargo hay médicos que eligieron serlo, que lo lograron, y se sorprender de que su trabajo no sea fácil. ¡Joder! Pues haber elegido ser vigilante de seguridad. Eso es lo que me enfada. Que su profesión sea salvar vidas, pero sin embargo este año yo he perdido una de las que más quiero y llevo más de un año y medio viendo como la mía se diluye sin que nadie se lo tome enserio. Porque si bien no dudo que sea difícil, me han visto tres oftalmólogos, dos otorrinas, cuatro neurólogos, un neuroftalmólogo, una genetista y mi médico familiar. Me han hecho resonancias magnéticas, tacs, electros, potenciales, audiometrías, pruebas visuales varias, analíticas completas… Y todavía tengo que esperar porque los estudios genéticos tardan meses. ¡NO ME JODAS! No sé si tengo unos meses porque no sé lo que tengo. Pera mi vista cada vez está peor y no pienso quedarme viendo como dejo de ver. Porque entonces mi vida sí que dejará de tener sentido(S).
Así que, desde mi pequeño conocimiento de la genética. ¿Cómo es posible que se pueda hacer ingeniería, pero se tarden meses en leer mis genes? Sería como construir rascacielos sin inventar las matemáticas.
Y es que, es curioso cómo los juicios tardan años, los trámites para una discapacidad tienen lista de espera de dos años, las incapacidades se temporalicen mínimo un año prorrogable otra mitad, hasta la vida tarda 40 semanas en crearse; pero para morir basten tan solo unos segundos. ¿Qué prioridad le damos a la vida? Si la muerte está tan solo a un golpe de distancia. Pretendes a caso que yo no esté deprimido, ni ansioso, si me sale peor estar vivo, una vida que, por cierto, no pedí.
Así que, como diría Estopa: «Ahora estoy algo cansado», de que me pase todo, menos la mano de mi madre por la espalda.