Lo primero, pedir perdón por todo el tiempo que he roto la periodicidad de este no-diario, que tampoco fue semanal.

Y ahora sí. Sin juego de palabras, pero sí de inercia. No quiero volver, y lo digo porque he estado unos días de octubre en San Fernando de Henares y no he visto más que un examen lleno de errores. He recorrido esos lugares llenos de recuerdos, locuras que escritas en uno de mis antebrazos no desangran pero lloran. Oportunidades perdidas por mi fobia social. Y he sentido el frío al que había perdido la costumbre. 3 días tras un mes han bastado para darme cuenta que tengo mis sentimientos encontronados. Y que por una parte me encanta el lugar geográfico, y por otro me rompe el histórico.

También he vivido de nuevo el mismo olor a tabaco en casa, el aire irrespirable desde el salón al lavabo. El televisor a todo volumen y el frío de ese sótano que si algo tiene de semi es que le faltan piezas. Y no quiero volver. No es mejor, es diferente. Y prefiero no comer, o comer mal. Prefiero lavar y fregar. A no oír, no respirar y arrastrarme por inercia a mitad de carga.

Pero ha habido un momento en que me he dicho volviendo a Valencia. No quiero volver. Quizá por esas partidas de Nintendo con mi hermana, por ese parchís en familia, por esas comidas en familia, por esos paseos en familia, por ver como mi hermana construye su hogar.

Y toda esa amalgama me lapida, me petrifica, me retuerce como dos agujeros negros bailando mientras se fusionan.

Y mira que paseando esa primera tarde en familia pensaba viendo las casas del campo: ¡Qué bien estaría yo en Valencia con una casa en el campo, con mi piscinita, mi gas de bombona, mis garrafas de agua y mi cielo estrellado! ¡A un precio de locos! Pero qué aburrido sería, ¿qué vida es esa? ¿De dónde iba a sacar yo las ideas para forrarme vendiendo novelas si no tengo experiencias?¿Cuánto tendría que cambiar el cielo para que mis fotos nocturnas fueran distintas noche tras noche?¿Cuánto viviría sin comer sano?¿Para qué ese palacio sin gente?

Así que no quiero volver, no quiero volver a pensar en un futuro que no ha llegado todavía. No quiero hacer la misma que acabo de hacer de esquivar lo jodido solo por la desgana y buscar el camino largo pero llano para llegar al destino cómodamente. Porque acabo de renunciar a la evaluación continua de una asignatura sencilla solo porque no le dediqué el tiempo y las ganas que merecía, y en lugar de apretar y sacarla me puse a valorar alternativas.

Y el problemas es mío, sí, eso no me lo voy a quitar de encima porque es verdad. Pero también fue la situación de no tener dinero, pero sí tiempo, en verano para cursar unos seminarios brutales que me hubieran dado esos 2ECTS. También fue que los grados universitarios están llenos de paja de la que ni te acuerdas ni usas al salir de ellos. Y que después de 3 años trabajando de mi grado medio haya conseguido un curro nuevo no por mi grado superior, ni por mi máster, sino por mí persona. Ese idiota que se desvive por llegar a ser feliz. Que apuesta todo y se muda a 300Km por intentar tener el trabajo que no le duela al despertar, en el que no le importe echar horas y horas porque le apasiona, y en el que aprende mucho más que en todas esas asignaturas que ha olvidado, pero que no olvida las que trabajó.

Así que puede que haya perdido mi evaluación continua de montaje audiovisual, pero llevo montando vídeos más de 5 años, y los montaré ahora cada semana. Y prefiero que el tiempo que me queda sea para producir ese documental que será mi TFG, para apuntarme a un posgrado de e-learning que es gran parte de mi profesión actual y diseño pedagógico que será parte de mi trabajo actual y futuro.

Mi problema es que la universidad europea te vende packs, grados cerrados que incluyen lo que alguien decide que hay que incluir con poco margen de personalización. Y mi vida es mía, y yo habré de decidir qué consumo. Yo debería hacer mi propio pack. Y no es justo que en Harvard un informático tenga asignaturas tan dispares como psicología, programación, música, o vete tú a saber. Cuya meta es formar personas, personalidades e intelectos; pero en Europa tengamos tan mal categorizados a los estudiantes hasta el punto de rivalizar los de letras con los de ciencias. Como si los de ciencias no supieran escribir ni los de letras sumar.

Este sistema educativo está menos justificado que este trozo de texto.

El aprendizaje es una mochila donde guardamos herramientas para la vida. Y a mí me aburría la carrera de psicología pero me apasiona la psicología, a mí me da miedo la ingeniería, pero me flipa la ciencia y a mí me parece una pérdida de tiempo mi carrera, pero me la saqué casi sin esfuerzo. Porque ya que este país sufre de titulitis, si no puedo hacerme el título a medida, si no puedo dotar a mi mochila de las herramientas que necesito, ¿para qué sufrir?

Ya solo me quedan 8 ECTS para terminar el grado que me dará acceso a varios másters que quiero y quizá en algún momento al doctorado que se me antoja. Y digo antojo porque no es que necesite, no es que me aporte, no es que me capacite, no es que tenga pasión, pero si algún día puedo, ¿por qué no? Si algún día llego a ser ese docente feliz, apasionado, entregado, con tiempo para dedicarme a picotear de esa psicología, de esa física, de esa ingeniería, de ese arte, de esa música. Con tiempo para asimilar todo eso y sentirme capacitado para construir esa obra llamada Doctor, ¿por qué no hacerlo?

Mi línea de investigación es cómo hacer que uno no pierda parte de su vida en encontrar el camino que le haga sentirse vivo mientras lo recorre, y que a su vez le permita costear el viaje. Y no sé a qué área del conocimiento pertenece ni quiero ponerme filosófico, solo satisfecho.

Quiero encontrar la solución al «no quiero volver» sin agujeros de gusanos que nos coman las entrañas.

Pero no quiero volver a imaginar, porque antes de cada tecleo hay un instante de pensamiento y tras una vida hay cientos que no fueron. Por lo que mañana me matricularé en ese posgrado propio que me dotará de herramientas para la docencia y si hay suerte me convalidarán los 2 ECTS restantes de la carrera y sumará puntos en unas futuras oposiciones que no sé si haré, porque no sé ni qué, ni dónde, ni cómo estaré entonces. Pero ya quedará en mi armamento por si tuviera que librar esa batalla.

Por que dicen que el saber no ocupa lugar, pero sí tiempo de una vida indeterminada.

Y aunque el casos ha aparecido en un texto que empezó narrándose tal cual, para divagarse más adelante, lo cierto es que intento con él darme algo de orden. Y la orden es que dormir es lo más acertado para evitar la nostalgia, las dudas, y no pensar en las deudas de unos actos que por pereza, cansancio o elección, fueron así.

Así que no quiero volver a no volver a escribir, que para los que no controléis de lógica porque no la disteis en filosofía significa eso, que menos por menos es más y matemáticamente he dicho que «quiero volver a volver escribir». No sé cuándo, sé dónde, cómo y porqué, por quien soy y por lo que hago. Así que no me esperes y vive, que cuando menos lo pienses te llegaré al email, al wasap, al insta, al tuiter, como quien llama a una puerta a pedir asilo, auxilio o a aislarse.

No quiero volver a no volver. A todo. Lo que me de tiempo a dedicarle tiempo de ser, estar, y

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