Como algunas ya sabéis, tras un intento de estudiar esta carrera en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), donde me gradué en comunicación, que fracasó debido a múltiples motivos entre los que se encuentran la metodología de la universidad y mis problemas de salud, he decidido darle otra oportunidad e invertir otros más de cuatro mil euros esta vez matriculándome en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), entidad privada donde saqué el máster en fotografía artística. Ambas son online, pero su diferente metodología y mi actual estado de salud contribuirán, espero, a que esa cuantiosa inversión de más del doble con respecto a la entidad pública se vea recompensada al cabo de los años.

Pero, ¿por qué después de un grado y un máster en fotografía cambio de ámbito?

Las respuestas cortas: porque la vida cambia radicalmente y porque siempre quise estudiarlo.

La respuesta larga es porque desde niño quise ser médico, neurólogo para concretar; pero en el instituto me percaté de que esa no era quizá la forma de adentrarme en lo que de verdad me interesaba, el cerebro, la mente. Así descubrí la psicología. Si bien es cierto, más adelante, en tercero de ESO, con el auge de los dispositivos móviles y las redes de datos móviles, me empezaron a interesar esas cosas que siempre se me habían dado bien pero que nunca me llamaron de forma especial, hasta que descubrí el poderoso medio de comunicación que brindaban.

Además, había un boom, una necesidad por dominar aquellos aparatos. Todos los usaban pero nadie sabía cómo funcionaban. Saberlo me convertiría en alguien clave. Que para un niño raro sin habilidades sociales, invisible, pero víctima de acaso escolar en el colegio e instituto, suponía ser el súper héroe al que todos acudirían cuando sus valiosos aparatitos dejaran de funcionar. Así fue como salí pasé del bachillerato y realicé mi grado medio en sistemas microinformáticos y redes. Pero ¡caray! Llegué tarde. No había trabajo porque ese boom ya había sido ocupado. Ahora se necesitaban programadores. Y allí fui. Sonaba atractivo poder crear cosas desde un portatil, sonaba rentable, solvente, increíble. Y entonces me di la hostia y ese primer curso de Desarrollo Web se convirtió en el peor año académico de mi vida.

Llegó la fotografía para salvarme.

Junto con aquellos dispositivos, llegaron también las cámaras digitales a nuestros bolsillos, y eso me permitió una manera de expresarme, de comunicarme, mucho más instantánea que la escritura. Todos miraban imágenes, pero el fenómeno blog había quedado para los más raritos así que aunque seguía escribiendo, pensé que la fotografía me ayudaría a socializar, a mostrarme «visible» ante los demás. Fotografiaba para mí, pero lo compartía con el resto. Desde bancos vacíos en el parque, señales de tráfico como «ceda el paso», «paso de peatones» o «stop», flechas en la calzada, nubes en el cielo. Sí, desde mis inicios practicaba lo que hoy denominamos «fotografía terapéutica», porque con ella mostraba mi propio ser, mi propia concepción del mundo. Esas señales contaban más de mí que su propia simbología. Estaba de alguna manera haciendo poesía, pero con imágenes. Por eso tampoco funcionó.

Como dice Antonio Garci: «Entré en la fotografía por los cacharritos y me quedé por las personas». A mí me pasó al revés. Intenté entrar por una cuestión social, intentar acercarme a los demás, pero al no conseguirlo, me quedé por los juguetitos. Y es que antes de que aparecieran los smartphone con cámara y las redes sociales como Instagram, yo ya con quince años paseaba con mi compacta en el bolsillo y editaba los jpg en un software llamado Picasa y las compartía en Tuenti. ¡Anda que no ha llovido!

El gran salto tecnológico llegó cuando gracias a dos amigos conocí a dos chicas, a ellas les gustaba la fotografía y un día salimos a un parque a hacer fotos, y me sorprendieron al sacar de una mochila una cámara refléx. Aquella Nikon D60 del padre de una de ellas me asombró. Cuando me pidieron que les hiciera fotos juntas, casi instintivamente empuñé la cámara, puse el ojo en el visor y sin tocar nada, ¡nada! Ni el zoom del objetivo, ni parámetros, ¡nada! descubrí que en ese visor encontraba los que estaba buscando: la risa de dos personas hermosas rebosantes de belleza y alegría en un paisaje que por fin tenía seres humanos interactuando conmigo. Desde esa misma tarde leí todo acerca de operar cámaras réflex y ahorré para comprar una. Si bien no la que tenía en mente, gracias a el préstamo de un amigo compré aquella Nikon D5100 que me acompañó en mis inicios. Después vinieron más juguetitos, pero lo que nunca vino fue la capacidad social. Con el tiempo me hice más técnico, controlaba mejor todo, incluso el flash, aprendí de los mejores, pero nunca alcancé éxito social por lo que delante de aquella cámara y aquellos flashes no había nadie. Salvo yo.

Fue en 2016 cuando tras el fracaso estrepitoso de la programación decidí estudiar fotografía. En un primer momento iba a hacer realización, ya que por entonces subía vídeos a YouTube a ver si así conseguía seguidores para que la fama me ayudase con la poesía. Pero afortunadamente opté por Iluminación, captación y tratamiento de imagen y pasé los dos mejores años académicos. Y por fin, llegamos a la decisión que cambió mi plan de estudios universitario.

Cuando descubrí que la programación no era lo mío, descarté la carrera de ingeniería con la pensaba crear un imperio tecnológico y convertirme en el Jobs español que ayudase a la gente con sus inventos. Así que volví a poner foco en Psicología y como no tenía bachillerato, mi idea era acceder a ella desde ese grado superior. Pero mientras lo cursaba, mientras hacía fotos, vídeos, iluminaba obras de teatro, socializaba con mis compis que ya no veían al niño raro sino a un apasionado al que le podían consultar las cosas antes de los exámenes o pedir ayuda en las prácticas. No era el más popular, aunque fui el primer año el delegado. Ni el más empollón, pero sabía las cosas por mi trayectoria autodidacta y nunca necesité estudiar más de lo que ya había leído.

En esos pasillos descubrí que nunca iba a conseguir ser social por mi cuenta, ni triunfar como fotógrafo, pues nunca gané un euro con mis fotos. Pero vi en los profesores una profesión que me apasionaba, porque ¿Cómo vivir de la fotografía? Siendo profesor. Así repetiría aquellos cursos que tan feliz me habían hecho. ¡Resuelto! Pero como psicología no da acceso a ser profesor de FP de audiovisuales, tuve que encontrar otra carrera que sí lo hiciese. Y como no podía pagar el único grado de fotografía que existía entonces, encontré el grado en comunicación en la UOC que me permitió trabajar para pagarlo mientras lo estudiaba. Y sí, conseguí trabajo de informático, porque como todos migraron a programación y las empresas se informatizaron más, ya había vacantes para los técnicos de sistemas.

El plan era sencillo, ya había mirado todo lo necesario para alcanzar el objetivo. Grado en comunicación y máster del profesorado. Pero cuando terminé el grado me encontraba en Valencia «viviendo de la fotografía, en parte» y se me había torcido un poco el camino. Pero como no podía estar sin estudiar después de la facilidad de hacerlo online y compaginarlo con el trabajo, en lugar de hacer el máster al profesorado online en UNIR, la única que ofrece la especialidad que necesitaba, como costaba casi diez mil euros me apunté al máster de fotografía artística por casi cinco mil. Mientras tanto, lo que yo no sabía era que una enfermedad me iba a arrebatar la audición y la vista. Así fue como nació el proyecto Pathos que usé para la investigación en fotografía terapéutica de mi TFM. Y es que, me di cuenta de que quizá se me había truncado la posibilidad de ser profesor de audiovisuales, por razones obvias. Además, tras dos años y medio metido en el sector de la fotografía me di cuenta de que esa pasión que surgió en la FP, se fue diluyendo más y más al ver cómo la profesión dista mucho de lo que se enseña en las aulas, y que, de hecho, muchos de los que la ejercen no tienen la formación suficiente para desarrollarla, y aún así lo hacen. Mi idea era cambiarlo desde la propia formación, intentar unir los dos mundos, pero el profesional no quiere que se regule porque le implicaría estudiar y, ¿para qué hacerlo si ya se dedica a ello sin hacerlo? Y todo por culpa de ese mito extendido de que el arte no se aprende en la universidad. Se me quitaron las ganas de dedicarme a la formación viendo como pocos de mis compis de FP acabaron trabajando de cualquiera de las salidas del ciclo mientras mucha gente se dedica a cosas que no sabe. Así está la sociedad. Y mientras las pseudo-escuelas fotográficas cierran sus puertas al instante, los fotógrafos tiran de su fama para hacerse de oro vendiendo supuesta formación en forma de cursos, suscripciones, congresos… Para no sentir que había recorrido un camino sin final tuve que mirar hacia dentro y volver al inicio de todo, así fue como di con el tema de mi máster. Volví a ver la fotografía como una herramienta terapéutica, una forma de expresión, comunicación, introspección. Lejos de ese tinte comercial que nunca me gustó. Y en esa reflexión volvió a aparecer mi tan amada psicología. Conseguí vincularla a mi trayectoria fotográfica, pero necesitaba más. La arteterapia fotográfica sonaba bien, pero no es una profesión regulada, hay ciertas acreditaciones profesionales, pero no se recoge en ningún documento público oficial. No goza de colegio profesional como los médicos o psicólogos. Si bien puedes acreditarte, es lo mismo que ser fotógrafo y pagar la cuota de FEPFI (Federación Española de Profesionales de la Fotografía y la Imagen), una entidad privada con un conjunto de miembros sin amparo legal ni administrativo. Si iba a dedicar mi vida a algo necesitaba que ese algo fuese tomado en serio, que no fuera una cosa de chamanes predicando la cura de la humanidad. Me ofrecieron un curso de especialista en Educación Emocional dentro del área del coaching, pero el coaching no tiene regulación en nuestro país y, si bien hay ciertas acreditaciones europeas como las que otorga la ICF (International Coaching Federation) con sus requisitos de formación y dedicación profesional; sigue sin ser algo regulado. Además que no cubre todas mis ambiciones.

Yo quería estudiar psicología. Punto. Y es así porque si bien tampoco es una profesión que se entienda demasiado bien en la población general, para los que la conocemos un poco representa LOS ESTUDIOS MÁS NECESARIOS DEL MUNDO. La psicología forma parte de las ciencias de la salud, de las ciencias de la educación, de las ciencias sociales y con implicaciones en otras como las humanidades, las artes y las empresariales. Conocer la mente humana es útil y aplicable a cualquier tarea humana. Ya sea para elaborar planes de eficiencia de recursos humanos en empresas, investigar las implicaciones del arte, cuestiones sociales, de la seguridad, y sobre todo, sus dos grandes focos por excelencia: la educación y la salud. Que para mí son las dos áreas más importantes. Siempre que entro en un colegio me siento en casa, lo mismo me pasa con un centro de salud. Son sitios donde no se respira la toxicidad humana. Sí, la falta de recursos administrativos en estos ámbitos quema a su personal y merma su vocación inicial. Pero si quieres una sociedad mejor necesitas educación y sanidad. Son los dos pilares básicos indispensables. Y me siento parte de ellos. De niño quise ser médico, de adulto profesor. Sin duda estoy comprometido con esas causas.

La psicología, su estudio, me permite y permite a cualquiera dedicarse a lo que quiera porque la psicología, como dije, está en toda actividad humana. Hay psicólogos por todas partes. La psicología pretende conocer los mecanismos de la mente y sabiendo eso tienes el poder supremo de las personas. Y como todo poder conlleva una gran responsabilidad, la psicología sí es una profesión regulada en España y tiene su propio Colegio de Psicólogos. Para muchos de los ámbitos de aplicación se requiere de una formación específica que garantice el correcto desarrollo. Así, para ser psicólogo clínico necesitas el PIR (Psicólogo Interno Residente) que te permite tratar trastornos mentales. O el Máster en Psicología General Sanitaria que te habilita para promover y evaluar problemas de salud. En las empresas se requiere una formación en Recursos Humanos. En Educación es necesario un máster de formación docente si se pretende optar a la orientación escolar u otros en psicopedagogía según donde se pretenda ejercer. Se podría decir que el grado en psicología es una primera puerta a un mundo de posibilidades.

¿Y por qué ahora? ¿Qué lo hace diferente a otras opciones?

Sí, abandoné la vía de profesor principalmente por mi patología audiovisual. No puedes ser profesor de audiovisuales con discapacidad auditivovisual. Al menos no una bueno. ¿Cómo corriges trabajos de sonido si no oyes bien? Puedes enseñar las leyes de la Gestalt (Psicología de la Percecpción Visual) y teoría del color, pero ¿si no dstingues los colores como evalúas su práctica? Y para ser profesor universitario, por ejemplo, del grado y máster de fotografía de UNIR se requiere el título de doctor y la acreditación de la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) porque toda formación oficial está regulada por esta Agencia. Y es lo que garantiza que esa formación sea lo que tiene que ser y no la ofrecida por esas pseudoescuelas que cierran de un día para otro. Ese es el motivo por el que, sin saber qué iba a pasar con mi percepción, no iba a perder cuatro años de investigación para especializarme en fotografía si luego me iba a quedar ciego y sordo. Porque además, el doctorado no te garantiza que vayas a dar clase en la universidad, ni tan siquiera con la acreditación de ANECA. Esa es otra batalla.

Por tanto, el grado en psicología me otorga no solo los conocimientos que llevo queriendo desde la ESO, sino la versatilidad de acabar trabajando donde quiera. Tenga las discapacidad que tenga o sin ella. Es la carrera comodín. Os pongo unos ejemplos. En el caso de quedarme sordo, no podría hacer clínica, ni terapia, ni orientación, porque la herramienta es el diálogo, pero puedo trabajar en neuropsicología examinando pruebas de imagen, médicas, y elaborar rehabilitación para según el daño cerebral. O en investigación sin necesidad de intervenir directamente en los procesos comunicativos. Hay psicólogos en todas partes aunque no se les vea. Incluso siendo discapacitado podría trabajar evaluando discapacidades. O realizar informes periciales como psicólogo criminalístico o judicial. Eso siempre que siga sordo. Pero si recupero la audición las salidas son esas y todas las demás. Podría hacer el PIR, o el MUPGS y trabajar en centros de salud o clínicas. Podría hacer el máster del profesorado pendiente y opositar para orientador educativo y ayudar a adolescentes en la etapa tan compleja que están pasando, prevenir el acoso escolar. De hecho, si recupero mi audición y me va bien en el grado, tengo una meta ambiciosa que pasa por aprobar el PIR, y en los cuatro años de residencia especializarme por un lado en neuropsicología y por otro en neuroeduación y psicopedagogía. Con esa formación, ya que el PIR no te garantiza un puesto en la sanidad pública, sería ya psicólogo clínico, neuropsicólogo y tras el máster de formación docente opositaría para orientador escolar. Porque para mí, más importante que un buen tratamiento psicoterapéutico es la prevención. Evitar el golpe y la cicatriz. Y eso se puede hacer desde las aulas. Detectando problemas en el desarrollo de los alumnos. Observando con ojo clínico. Llevaría las tareas del Orientador Escolar al extremo y lucharía por prevenir el acoso, pero más importante que eso, defender la salud de todos los alumnos, ya sea que su malestar se deriva de acoso de compañeros, de padres, de profesores, por problemas del desarrollo, neurocognitivos u otras patologías. Más que orientador escolar sería un psicólogo clínico, más bien de la salud, trabajando en la atención temprana, en pleno desarrollo de los individuos sociales.

Porque un psicólogo de la salud te ayuda con tus emociones, un clínico con tus trastornos, un forense rehabilita, con trabajo, a un preso… Podría seguir con la lista de entornos y funciones del psicólogo. Pero creo que queda claro que todos esos reducirían su carga si se hubiese dedicado el esfuerzo cuando esas mentes son aún esponjas, cuando están los lienzos más puros, cuando aún no hay traumas severos que lleven a la drogodependencia, delincuencia, suicidio…

Si algún día me recupero quiero dedicar mi vida a la psicología, no del desarrollo; ¡de la vida! Y mejorársela a los jóvenes ayudándoles a aprender mejor a través de la neuroeducación, detectar problemas neuropsicológicos en su desarrollo para tratarlos cuanto antes, detectar problemas emocionales y sociales para que crezcan sanos, enseñar la importancia de la salud en temas como las adicciones, la gestión emocional, la importancia de la higiene, la alimentación, la actividad física, las revisiones médicas, la protección vírica, fúngica, bacteriológica…

Porque de nada sirve investigar si carece de transferencia, si nadie asegura que lo expuesto en papers vayan a aplicarse. Yo no podré ser jamás un gran investigador porque no sé inglés, y ese es un enorme impedimento para la ciencia, pero hay toda una comunidad castellanoparlante a la que ayudar con los conocimientos científicos que se están descubriendo.

No obstante, si la vida me depara una salud algo más delicada. Podría hacer todo esto último no desde la clínica ni las aulas, quizá desde la literatura. Investigar investigaciones y escribir para que sean otras, otros profesores, médicos, psicólogos, padres, incluso niños; los que leyendo se salven a sí mismas y a las demás. Porque la buena divulgación es necesaria en tiempos donde cualquiera habla y todos escuchan, pero pocas son las verdades que resuenan.

Y por último, quiero ser psicólogo porque lo necesito, porque se lo debo a la única persona a la que no pude salvar. Mi madre. Porque aunque no puedo asignarme culpa alguna de lo que le pasó, me jode no haber tenido la formación suficiente para saber que no era ansiedad, no era el tumor, era un maldito hongo oportunista. Porque quizá si hubiese detectado aquello a tiempo, si hubiese sido conocedor de todos los peligros, podría haberle dado más tiempo, pero sobre todo, haberle ahorrado la agonía completamente deshumanizada que sufrió en sus últimos días. Porque mi idea de prevenir antes que curar se fundamenta en que la medicina pretende salvar la vida a toda costa, a costa de la propia vida de los pacientes cuando llegan tarde. La prevención es la única y mejor cura.

Por favor, no fumes, no bebas alcohol, controla lo que comes, lo que bebes, realiza actividad física, no te expongas a tóxicos, ni a ruidos fuertes, ni al sol sin crema, ni folles sin preservativo y con quien no conoces de nada, dúchate regularmente pero tampoco en exceso, cuida tu postura corporal, aprende gestión emocional, lee a menudo, realiza actividades con otras personas, sal a disfrutar del paisaje, sé respetuoso, amable, humilde, honesto, pide perdón y perdónate por no ser perfecto. ¿Son muchas cosas verdad? La vida. Que algo tan complejo no iba a ser menos.

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