No puedo volver al pasado a evitar todos mis errores porque si lo hiciera no sabría si han sido errores y cometería otros muchos. Sin duda mi vida sería diferente, y yo también lo sería. Me dedicaría a otra cosa, habría estudiado otra cosa, mi situación personal y profesional sería muy diferente. O tal vez no. ¿Quién sabe? La vida es como nadar en el océano, da igual el rumbo que tomes porque hasta que no llega la tierra, la muerte, no sabrás si acertaste en el camino.

Miramos al pasado porque es lo único que tenemos como referencia, y, nos guste o no, no podemos cambiarlo, solo afrontar nuestras derrotas y seguir.

No me puedo culpar ahora por haber escogido una profesión irrelevante, a mi modo de ver, porque nunca fui lo suficiente disciplinado como para luchar por la medicina. Nunca me gustó estudiar y no creo que haya estado estudiando más de una hora seguida en mi vida. Así que fui haciendo lo que me gustaba porque la motivación es un combustible ideal para el aprendizaje, pero no ilimitado para superar los obstáculos, y aunque pude haber sido un programador de la leche ganando una pasta gansa y trabajando desde una terraza con vistas al mar, no fui lo suficientemente disciplinado para que se me diera bien algo que exige lógica, investigación, y horas y horas de prueba y error frente a la soledad de un monitor que te desafía.

Así que la vida me puso una cámara en las manos y, ese pintor frustrado brilló con luz ajena dando por resuelto un conflicto con su falta de destreza. La tecnología al servicio del arte. Y por si fuera poco, una herramienta complementaría a ese fracaso de escritor y poeta. Un arma a favor de la pereza, de la vagancia, donde la historia se escribía con un clic y no hacía falta describir lo que ya quedaba dibujado en millones de píxeles en un instante. La ley del mínimo esfuerzo estaba servida.

Pero en cuanto a cómo ganarme la vida seguía sin estar claro, así que siguiendo con mi pasión por contar historias sin gastar energía, pensé en estudiar cine, pero había la mitad de plazas que en fotografía así que… ¿para qué arriesgar? Y esa decisión me dio los mejores dos años de mi vida. ¿o puede que hubieran sido mejor los otros? ¿Puede que ahora estuviera recogiendo una estatuilla? Uf, el cine es demasiado caro y exigente. Estoy seguro de que tomé la decisión correcta. Directores de cine malos hay muy pocos, fotógrafos pésimos… Depende de si contamos al copistero que te hace las fotos de carné en un rincón junto a la multifunción.

Pero lo importante es que aquellos dos años decidí que quería ser profesor de esa misma FP, de ninguna otra, de esa que me había iluminado, literalmente. Así que me tocó pasar por la universidad y justo cuando estaba acabando, cuando tenia el máster habilitante a un palmo, mi vida cambió y tuve que refugiarme en Valencia, donde gané mucho y perdí tan poco como el rumbo. Dos años y medio en donde aprendí mucho más de la profesión, todo lo que no se me contó en el ciclo, lo bueno, lo malísimo, la verdad, la posverdad. Pero eso no me iba a habilitar para dar clase. Estaba tan claro: Grado + Máster = Profesor. Y el máster no pudo ser. Aunque en cierto modo alguna clase sí que impartí.

Y aquí estoy. Después de una neuropatía que me ha hecho replantearme la vida, las prioridades, la significancia. ¿Qué es más probable? Que acabe de Psicólogo Clínico teniendo que, ahora con 28 años, hacer otro Grado, un examen súper chungo y cuatro años de prácticas. Al menos. O cursar por fin ese puto máster habilitante y presentarme a unas oposiciones chupadas, en comparación al examen PIR y cuatro años de carrera nueva.

Porque no nos engañemos, la idea del doctorado vino al graduarme en la universidad, pero antes de entrar en ella ni si quiera quería hacerlo. Así que, ¿por qué?

El otro día encontré el disco duro lleno de recuerdos en ese instituto, y recordé por qué quería y quiero ser profesor de FP, aunque ahora quizá apueste a ser catedrático de secundaria, que no es un doctorado, pero da cache aunque no te cambien el tratamiento de cortesía. El caso es que un salario cómodo, una jornada segura, unas amplias vacaciones y seguir haciendo lo que me gusta a coste del Estado son condiciones de las que no dudo ni un segundo.

Ahora solo me frena un pequeño gran problema, mi neuropatía, aquella que me ha apartado de mi empleo actual, de mis experiencia fotográficas, de mis anécdotas, de mi trayectoria profesional poniendo en práctica la teoría de la académica. Si eso no se resuelve entonces no sé qué voy a poder hacer. Porque como ya anuncié al comienzo, como artista soy más bien un fiasco. Aunque sea capaz de juntar varias palabras y poner algo de luz en las fotos. Pero la disciplina no va conmigo. Soy de los que estudian el último día, cuando lo hago. De los de hacer los trabajos el último fin de semana. De los de apurar al límite porque le ha tenido secuestrado la pereza o tal vez la depresión de la incertidumbre.

Pero sí, ahora que he vuelto, quiero volver. Aunque para eso necesite todas mis neuronas intactas y tomar alguna otra decisión tan dura como renunciar a estudiar cine para montarme mis películas y acabar documentando las fotazas de otros.

Dejo este final abierto, como las películas de autor, como la vida

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