Recuerdo como si fuera hace un mes aquel día en que me subí a aquel Seat Ibiza FR negro con aquel entonces casi desconocido, metí mis 25 años de vida en aquel maletero, di el último abrazo a mi madre, ese abrazo que parece clavarse tan dentro que te impide separar los brazos, y recuerdo también aquel mar de lágrimas esforzándose por no precipitarse ocultas en mis gafas de sol. 

Aquel día me despedí huyendo hacia delante, poniendo 300Km al pasado para que no pudiera atraparme de nuevo.

Hoy, casi dos años y medio después, no he conseguido enterrar el dolor, ni borrar el daño, porque la mente no es tan fácil de formatear como un disco duro al que le ha entrado un troyano, y yo estuve años atrapado con un puto Ransomeware que, para los más frikis, es un virus de los jodidos. 

Pero nada de eso tiene importancia, no es lo que ha vuelto a derramar mis lágrimas bajo las mismas gafas de sol, ante el ya más que conocido conductor de aquel Ibiza que fue consulta y terapia. Y es que esta vez no era yo el que se marchaba, si no aquel al que una mala noticia le ponía entre su nueva vida y la anterior. Justo cuando había decidido asentarme, no volver, la vida se marcaba un giro dramático digno de Netflix. Y así, en el portón de aquella casa pasiva, me tocaba beberme las lágrimas y pensar si ser la muleta de una causa perdida, o seguir siendo la luna que brilla algunas noches.

Y así, meses confuso, meses con un run run que ni paraba ni traía flores, (frase para activar la región cerebral que procesa la música que ya no puedo escuchar, pero recuerdo) aún quedaba otro de esos giros que tanto le gustan a Álex Pina. Y es que a veces la vida decide por ti. Y si dudabas entre entregarte al trabajo o a la familia, tu mente y la evidencia de inexistencia del libre albedrío deciden, imponen, que debes entregarte a ti. Pero no lloras, porque las lágrimas son por razones y tú no tienes más que síntomas. Así que así, es como una neuropatía aún no diagnosticada con certeza te trae de vuelta a casa 2 años y medio después, a las mismas paredes donde hace años sufriste un episodio de pánico, escribiste una hoja en blanco a base de benzos, y cenaste el mismo manjar que nunca olvidaste. Todo vuelve, aunque el puto Dani Martín cante lo contrario, aunque ya nada volverá a ser como antes y aunque todos sí nos hayamos dejado cambiar. 

Y yo, con aquel entremuslos en la memoria pienso, “ojalá una de esas descargas borre para siempre cada lametazo, para que los recuerdos en mi cama sean los besos de mi madre y no los suyos”

Porque hay personas peores que un tumor, que ni los químicos matan ni se pueden extirpar con cirugía. Pero aunque haya tenido que volver, a diferencia de aquel tumor, yo soy más fuerte, yo podré estar perdiendo los sentidos, pero no la libertad que gané cuando puse a mi sistema inmunológico en su contra. Porque el cáncer es una guerra infinita, y yo y mi razón para volver vamos a ganar cada batalla. Y sí, puede que haya tenido que renunciar a una vida llena de paellas, congresos, viajes, y fama. Y a compañeros maravillosos que ya son abrazos de los que se clavan. Pero siempre serán los dos años y medio en que aprendí que la vida es una sucesión de instantes y que hay que innovar o morir. Confiar y mirar más lejos de lo que uno puede ver. No temer a la incertidumbre. Y formar equipo, familia. Porque siempre van a volar vendavales que lo sacudan todo, pero si estás rodeado de las personas adecuadas, ninguna catástrofe hará más daño del que se pueda reparar. En Valencia tuve mi segunda vida, y nunca la olvidaré. 

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